“La maldición de Babel”. Crónicas periodísticas del nacionalismo lingüístico español – Carmen Marimón Llorca
Universidad de Alicante

Font: Viquipèdia

La presencia en la prensa y, en general, en los medios de comunicación, de noticias y artículos de opinión en los que se discuten distintos aspectos sobre las lenguas de España ha sido constante desde que, con la muerte del dictador, a partir de 1975, se pudo abordar libremente el asunto de la diversidad lingüística en el territorio español. Lo que, en un principio, fue mayoritariamente recibido desde los centros de poder epistémico y mediático como una oportunidad para devolver la dignidad y el espacio al catalán, el vasco, el gallego, pero también a variedades dialectales o históricas como el andaluz o el valenciano, entre otros, –es el caso de las primeras columnas sobre el tema de Fernando Lázaro Carreter, ya en 1976– fue paulatinamente problematizándose hasta convertirse, sobre todo a partir de los años 2000, en uno de los asuntos tratados con mayor visceralidad, irracionalidad y acientificismo de cuantos han poblado los medios de comunicación. A continuación reseño mi artículo “La maldición de Babel”. Crónicas periodísticas del nacionalismo lingüístico español, en el que traté estas cuestiones, a raíz de su publicación en el número 76 de la Revista de Llengua i Dret, Journal of Language and Law.

  Se desarrollará un entramado argumentativo respaldado por publicaciones, manifiestos y actos públicos en los que se cuestionarán el bilingüismo y el plurilingüismo y se apoyará cerradamente la superioridad de la lengua castellana.

Convertido en “conflicto lingüístico”, el debate sobre las lenguas ha servido de excusa y de punto de partida para tomar postura ante o contra cuestiones de índole lingüística, pero siempre con implicaciones sociales. Así, aunque de forma irregular y discontinua, a partir de los años noventa y, con más intensidad, entre los años 2004 a 2008, se va a desplegar, a través de los medios de comunicación, toda una estrategia orientada a crear un estado de amenaza constante del castellano por parte de las otras lenguas del Estado, al tiempo que, desde un posicionamiento claramente centrípeto y beligerante, se problematizaba la diversidad, se minimizaba el valor y el papel de estas, se proclamaba la superioridad en todos los sentidos del castellano y se reivindicaba su papel como seña de identidad nacional e internacional. Se desarrollará, así, un entramado argumentativo respaldado por publicaciones, manifiestos y actos públicos en los que se cuestionarán el bilingüismo y el plurilingüismo y se apoyará cerradamente la superioridad de la lengua castellana. No es difícil encontrar testimonios en este sentido firmados por columnistas sobre la lengua, entre los que destacan Gregorio Salvador, Francisco Rodríguez Adrados o Amando de Miguel por su particular compromiso con la causa. Así, por ejemplo, en la columna de Salvador “La esencial desigualdad de las lenguas”, publicada en El País, en 1988, se alude directamente a la existencia de diferencias cualitativas entre las lenguas, lo que le permite hablar de “lenguas menores” en términos de “idiomas comarcales”, “lenguas analfabetas”, “antiguallas lingüísticas”, “cultura tribal” o “fomento de la babelización” en comparación con el castellano. Este es presentado como “instrumento de comunicación” y “vehículo de cultura”, argumentos estos en los que insistirá en otras columnas a lo largo de su trayectoria, como en la titulada “El reino de Cervantes”, publicada en El Cultural, en 2001, en los que habla de este en términos de “lengua verdadera”, “un idioma homogéneo”, “un instrumento de comunicación válido”, “una lengua milenaria”, “un vehículo de transmisión cultural”. Por su parte, Rodríguez Adrados, en “El español, lengua común de España”, publicada en ABC, (17/01/1994), se lamenta de la “exclusión” o “la vida imposible” que se le hace a quien no hable la lengua de las zonas bilingües; y Amando de Miguel, en “Variaciones regionales en el habla de los españoles” (18 de enero de 2008), publicada en Libertad Digital, establece una distinción de grado entre el castellano o español –“un idioma de comunicación internacional”– y el catalán –“hoy un idioma étnico”–, concepto este último ligado a los mitos fundacionales que, sin embargo, serán usados para reivindicar la superioridad del castellano. Evidentemente, sus discursos están apelando a cuestiones que van más allá de lo lingüístico para adentrarse en posicionamientos ideológicos ligados, como ocurre habitualmente (Woolard, 2007, p. 131), a nociones esenciales como nación o identidad. Y, como suele ocurrir, parecen estar, además, al servicio de intereses que van más allá de los de las propias lenguas y sus hablantes. Los trabajos de Del Valle ha arrojado mucha luz sobre estos aspectos. Su ya clásico de 2007, La lengua, ¿patria común?: ideas e ideologías del español. Vervuert, Iberomericana, del que fue editor, supuso un antes y un después en el estudio de las ideologías lingüísticas.

  […] los discursos sobre la lengua suelen estar al servicio de intereses que van más allá de los de las propias lenguas y sus hablantes…

En nuestra opinión, dos acontecimientos político-lingüísticos son los que van a marcar la dirección de los discursos sobre la lengua castellana durante varios años: la toma de conciencia del valor de la lengua y el comienzo de la política expansiva del castellano –perfectamente alineada en buena parte con los intereses económicos de España en Latinoamérica–, lo que será un hecho a partir de 1991, con la creación del Instituto Cervantes y la consolidación de los Congresos Internacionales de la lengua y la implementación de políticas educativas favorecedoras de las lenguas autóctonas en las autonomías bilingües que cuestionan la hegemonía del castellano al dejar de ser, en comunidades como Cataluña, la lengua prioritaria de aprendizaje. Aunque ambos hechos parezcan pertenecer a espacios de interés y de actuación político-lingüística muy diferentes –uno se refiere a los límites externos y otro a la vida local de la lengua–, en realidad se van a retroalimentar mutuamente y, en su representación discursiva, acabarán sustentándose sobre idéntico argumentario subjetivo. Así, estos discursos van a ser parte de una estrategia planificada de instrumentalización del idioma que va a girar alrededor de dos ideologemas fundamentales: 1) el de la lengua perfecta, que se manifiesta en la convicción de que existe una esencial desigualdad entre las lenguas y de que el castellano es la lengua privilegiada, y 2) el de la necesidad de mantener puro y unido el idioma ante los peligros de la diversidad y la disgregación. Se trata de dos tópicos de larga tradición que se retoman y reelaboran en función de los intereses de quienes los utilizan. En el artículo “La maldición de Babel”. Crónicas periodísticas del nacionalismo lingüístico español (Marimón, 2021, p. 79-96) se detalla toda esta construcción ideológica alrededor de la lengua y el recurso al mito como elemento cohesionador. En este sentido resulta particularmente interesante la lectura del trabajo De Babel a pentecostés. Manifiesto plurilingüista. (Moreno Cabrera, 2006), en el que plantea la contradicción bíblica entre la maldición y el don de lenguas al tiempo que acerca estos mitos a la realidad plurilingüe actual.

  Así, uno de los tópicos argumentales a los que se recurre para justificar la singularidad del castellano y su superioridad con respecto al resto de las lenguas del Estado está relacionado con los llamados mitos fundacionales o de los orígenes

La insistencia repetitiva en ellos nos hace pensar que estamos ante alguno de los asuntos que conforman el universo mítico del nacionalismo lingüístico español (Moreno Cabrera, 2008). Así, por ejemplo, uno de los tópicos argumentales a los que se recurre para justificar la singularidad del castellano y su superioridad con respecto al resto de las lenguas del Estado está relacionado con los llamados mitos fundacionales o de los orígenes.

Los mitos fundacionales son para Dartsch (2016, p. 6) los que cumplen de manera más clara la función de proporcionar un escenario de unidad y legitimidad y a ellos se recurre al alimentar imaginarios sobre la lengua subjetivos poco rigurosos cuyo alcance sobrepasa con mucho el ámbito de lo estrictamente lingüístico para ligarse a otros intereses, frecuentemente vinculados al poder y al control social. Un ejemplo lo tenemos en “El reino de Cervantes” (El Cultural, 08/04/2001), en el que Salvador habla del castellano como la lengua que tiene “el sistema vocálico más perfecto de los posibles”; o Amando de Miguel se refiere –en “A vueltas con los nombres raros” de su columna diaria “La lengua viva” que publica en Libertad Digital– a las “lenguas regionales” de España como “las distintas hablas, dialectos o simples variaciones del castellano normal” (de Miguel, 9 de noviembre de 2006). En ambos casos están haciendo circular unas ideas sobre la lengua que no responden al mínimo rigor científico-lingüístico y sí a claros intereses político-ideológicos, pues ni hay sistemas lingüísticos más perfectos que otros, ni se pueden equiparar conceptos como dialecto o habla, ni, desde luego, existe un “castellano normal”.

Coordinados entre ellos o no, estos textos ponen en evidencia la existencia de un plan común. Proporcionan la justificación de un proyecto político y económico relacionado con la lengua, pero que va más allá de esta. En su batalla ideológica se convirtieron en representantes del purismo más radical. Como señala Jernudd (1989, p. 2), el purismo ocurre en un momento histórico particular para defender, delimitar y proteger lo que se considera propio. Y así ocurrió en un periodo de cambios profundos, de renovación política y social y de constitución de una nueva forma de Estado. Quienes defendieron esta postura optaron por un purismo unificador y centrípeto que seguro complacía a parte de la sociedad, pero que dejaba fuera, del lado de la insignificancia y la debacle –por seguir usando la adjetivación un tanto exaltada que les caracteriza– a otra parte muy importante de los miembros de la comunidad. Para su argumentario, acudieron a los mitos sobre la lengua; mitos fundacionales, pero también mitos de difamación del otro que refuerzan la propia legitimidad y facilitan la propagación de un imaginario de conflictos, marginaciones, desigualdades y, en consecuencia, de imposibilidad de convivencia. Exploraron la vertiente política del mito –“nada se asemeja más al pensamiento mítico que la ideología política”, afirmaba Lévi-Strauss– y desistieron de ella cuando las circunstancias dejaron de ser favorables. Sin embargo y, a pesar de que desde 2009, un año después de la publicación del “Manifiesto por la lengua común”, empieza a decaer el número de artículos dedicados al conflicto lingüístico, los mitos siguen vivos y se reavivan en cuanto encuentran un resquicio por el que hacerse presentes, como se hace evidente más de una década después de este momento histórico que hemos tratado.

Carmen Marimón Llorca
Universidad de Alicante


Bibliografía:

Woolard, Kathryn A. (2007). “La autoridad lingüística del español y las ideologías de la autenticidad y el anonimato”. En José del Valle (dir.), La lengua, ¿patria común?: ideas e ideologías del español. Iberomericana Vervuert, pp. 129-142.

Dartsch Dreidemie, Germán Martin. (2016). “Los mitos y su función en la cultura”. Revista Abra, 6(52), 1-10.

Marimón Llorca, Carmen. (2021). “La maldición de Babel”. Crónicas periodísticas del nacionalismo lingüístico español. Revista de Llengua i Dret, Journal of Language and Law, 76, pp. 79-96. https://doi.org/10.2436/rld.i76.2021.3668

Moreno Cabrera, Juan Carlos. (2008). El nacionalismo lingüístico, una ideología destructiva. Península.

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